THE RESURGENCE OF URBAN PLANNING IN EUROPE

noviembre 29, 2012 at 11:05 pm Deja un comentario

  1.      Planeamiento urbano, sociedad y derechos.

Europa es un continente en constante proceso de urbanización y la entrada en el siglo XXI no ha hecho más que reforzar esta tendencia, a pesar de que paradójicamente el discurso territorial imperante en la actualidad sea el del crecimiento sostenible. Entonces ¿cómo y por qué seguir planificando sus ciudades, y en especial sus grandes capitales? ¿Tiene sentido establecer un límite al crecimiento urbano en un contexto de incertidumbre disciplinar? ¿Merece la pena plasmar textual y cartográficamente la voluntad de un interés público en diseñar los vectores de reorganización espacial de las grandes ciudades? ¿Planificar las ciudades es más un ejercicio de predicción racional o una expresión de los miedos, retos o deseos del presente?

Evidentemente, mientras haya ciudad habrá urbanismo y urbanistas que se enfrenten a la ordenación del territorio urbano en sus diferentes escalas, asumiendo en cualquier modo la herencia conceptual de los pioneros de la regulación urbanística en el siglo XIX. El sustrato ético de mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora del periodo de la industrialización albergaba en su seno dos formulaciones esenciales: dotar al espacio urbano y al tejido residencial de unas condiciones de higiene y salubridad, y mantener un cierto orden social (programación urbana del espacio social, diríamos) a través de un paternalismo expresado, entre otros ejemplos, en la conformación de colonias obreras (company towns, cités ouvrières), como detalla Benévolo (1963), que fueron diseñadas bajo similares trazos de orden y regularidad que las tramas residenciales burguesas. El higienismo y la reforma social están igualmente plasmados en el código genético de los padres de la disciplina en el primer tercio del siglo XX, bien sea los denominados por Choay (1965) como culturalistas (Howard o Unwin) como progresistas (Le Corbusier y los partícipes de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna). Ambos grupos difieren en la definición tipo-morfológica de un modelo de ciudad, pero coinciden en cuestiones cruciales como situar el tema de la vivienda en el centro de sus propuestas o en los fundamentos de intervención en la ciudad industrial para corregir sus problemas y deficiencias.[1]

En la actualidad, y ante un contexto geográfico de regiones urbanas partícipes de los procesos de globalización económica y de difusión de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en donde el urbanismo se enmarca en los desafíos de organización del territorio post-metropolitano, ambos conceptos siguen teniendo vigencia, aunque renovados y adaptados a los tiempos actuales: los elementos clave para la construcción de la ciudad del futuro serán, sin duda, los de «sostenibilidad» y «cohesión social», es decir, la garantía de ciudades saludables y la gestión prudente de los recursos heredados desde la perspectiva de la responsabilidad contraída con las siguientes generaciones, pero también la integración desde el reconocimiento y respeto de la pluralidad y la garantía de unos mínimos de bienestar para evitar cualquier tipo de tensión social; por ejemplo, no ha sido casualidad que la redacción y tramitación del nuevo plan director de la región parisina haya sucedido a las revueltas urbanas del otoño de 2005.

Igualmente, si el planeamiento surgió como mecanismo de garantía de derechos ciudadanos, tanto de derechos públicos como de reconocimiento y protección de la propiedad privada, en la actual Europa de los ciudadanos, deberá subsistir en la medida en que constituya hoy una herramienta eficiente para la defensa de dos derechos básicos recogidos en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, similares a los citados en la Constitución Española: el derecho a la vivienda y al medio ambiente. Así parece más oportuno superar las deficiencias del sistema urbanístico abandonando la consideración del Plan como mero requisito burocrático y recuperar la consideración de los planes urbanísticos y territoriales como instrumentos de garantía de derechos ciudadanos y expresión de un compromiso recíproco entre administraciones y ciudadanos desde la perspectiva del desarrollo sostenible.

2. La polisemia del urbanismo.

Estos condicionantes introducen un grado de complejidad todavía mayor de la que ya existía sobre la naturaleza del planeamiento. A los modos de entender la urbanística como una ciencia (desde los paradigmas del funcionalismo hasta el organicismo, el estructuralismo o la teoría de sistemas), como una disciplina artística (en la línea del morfologismo arquitectónico), como un instrumento técnico (de diseño físico, de regulación jurídica, de práctica administrativa local complementaria a una acción pública sectorial, de programación de inversiones en infraestructuras, viviendas y equipamientos que sirva de estímulo económico) o como un medio de cambio social (desde el socialismo utópico y el socialismo fabiano, hasta el neomarxismo o el advocacy planning), se unen los nuevos condicionantes de la nueva cultura urbanística, de tal manera que el plan es cada vez más un concepto polisémico cuya definición pasa por la superación de las contradicciones señaladas por la amplia crítica que se produjo a la misma razón de ser de la disciplina.

Frente a las voces que proclamaron la muerte del urbanismo, el renovado interés por el planeamiento urbano y territorial que se está dando en las capitales europeas demuestra que actualmente existe más interés que nunca por planificar las ciudades. Las grandes regiones metropolitanas europeas constituyen los ejemplos más destacados del fenómeno urbano global en nuestro continente, de ahí que en los ricos y profundos debates que han acompañado al proceso de redacción y difusión de los planes territoriales se recuperen temas similares a los del nacimiento del urbanismo y del regional planning, pero también se introduzcan las cuestiones de mayor vanguardia y actualidad. Las instituciones han comprendido que sus regiones capitales (Londres, París, Berlín y Roma, pero también en el caso norteamericano Nueva Jersey) son demasiado importantes como para dejar de planificarlas, y que en ellas se juega, buena parte de su futuro.

Un futuro de Europa que está, a la vez, fuertemente condicionado al futuro de sus ciudades. El Acuerdo de Bristol (2005) sobre comunidades sostenibles o la Carta de Leipzig (2007) sobre ciudades europeas sostenibles han institucionalizado un discurso basado en lo ambiental y lo social, que el planeamiento llevaba tiempo identificando como los dos principales referentes de esa nueva cultura urbanística que caracteriza a la post-metrópoli. Una nueva cultura urbanística que se ha visto transcrita en los informes de reforma del sistema británico de 1999 y 2005 dirigidos por Richard Rogers (y el Libro Blanco Urbano de 2000) o en la promulgación de la Ley francesa sobre Solidaridad y Renovación Urbana de 2000, que metodológicamente no distan mucho del discurso del crecimiento inteligente (growing smart) que está impregnando el planeamiento de las ciudades norteamericanas.

Así se vuelve a disociar la naturaleza del proyecto urbano, a diferentes escalas como recuerda Busquets (2007) en sus diez visiones urbanísticas, de orientación tipo-morfológica, del plan que recupera su carácter pluridisciplinar puesto que su objeto principal, la ciudad, es un espacio social en el tiempo, o como afirma Terán (2009) es un pasado activo, o un “tiempo espacializado” en palabras de Bergson. Además de lo ambiental y lo social, el enfoque historicista, ante un contexto de incertidumbre como es ante el que tiene que operar el planeamiento, resulta imprescindible no sólo para entender la ciudad (nivel analítico) sino para diseñarla (nivel propositivo, especialmente a la escala de la ciudad región). A pesar de los debates referidos al cambio de estilo o al cambio del paradigma, sigue estando presente el ánimo inicial del Cerdá de construir una teoría general que universalice (nomotético) el enfoque proyectual (idiográfico), como afirmaba García-Bellido (1999). Una de esas leyes universales sería la enunciada por el propio Terán parafraseando a Ortega: “Lo fundamental en la ciudad no es su naturaleza, sino su historia”. Por eso mismo, el actual planeamiento europeo se ocupa, no tanto de la historia pasada del planeamiento y de la evolución de las ciudades, sino de la historia contemporánea y que pretende escribirse a partir de una voluntad pública de intervención en la ciudad región difusa.

3. Teoría y síntesis en el urbanismo.

Resulta indiscutible reconocer el desánimo que se ha producido en el ámbito del planeamiento cuando no ha sido capaz de alcanzar sus objetivos, al que se le han atribuido calificativos tendentes a reforzar la hipótesis de una deficiencia metodológica: unilateralidad, parcialidad e incapacidad para el manejo de una realidad urbana compleja (Ezquiaga, 1998). Tras casi dos décadas de proyectos emblemáticos y de planes holísticos se ha difundido un cierto escepticismo acerca de la arquitectura, e incluso del urbanismo, para operar cambios relevantes en la post-metrópoli cuando se produce en ausencia de estrategias más amplias de transformación y gestión del espacio urbano y del territorio. De ahí la necesidad de la arquitectura, del planeamiento urbano y del planeamiento territorial como elementos complementarios de un modo deseable de construir la ciudad metropolitana.

La disociación epistemológica, e incluso instrumental entre plan y proyecto, no radica en una exclusión sino en la complementariedad entre ambas escalas de intervención en la ciudad. En la línea del planeamiento incrementalista, todos los modos de planificación y proyectación en la ciudad contemporánea contribuyen a reforzar metodológicamente la urbanística como disciplina, en el ejercicio de verificar mediante el procedimiento de ensayo y error y comparación de experiencias, los instrumentos de generación de nuevos tejidos urbanos o de renovación de los ya existentes. En cierta medida el propio “collage” (Rowe, 1998) que resulta del nuevo paisaje que define el horizonte post-metropolitano, es a su vez, una metáfora del propio ensamblaje de teorías, métodos e instrumentos que operan en la definición y ordenación del espacio urbano.

De nada sirven los discursos de la incertidumbre metodológica sino es para innovar y enriquecer los modos de hacer ciudad, para avanzar en un urbanismo de la síntesis (De Miguel, 2004). Los reiterados manifiestos de la ciudad genérica y del urbanismo del caos[2], los textos de la gobernanza metropolitana[3], o los análisis de las enseñanzas de la historia urbana[4] coinciden en definir esa misma incertidumbre como un estímulo dialéctico de planificación. Más claras son al respecto otras posiciones en la definición del urbanismo postmoderno[5] o de la ciudad emergente[6] al afrontar dicha incertidumbre, identificando la diversidad instrumental como causa del avance disciplinar.

Todo ello nos lleva a una concepción más amplia de la disciplina, en donde el plan no es tanto un objeto en sí mismo o un medio de transformación física de la ciudad como un instrumento de aprendizaje y comunicación (Ezquiaga, 2006). Por este motivo, tanto la planificación y proyectación urbanística como la enseñanza de la disciplina demandan el razonamiento heurístico como modo peculiar de afrontar la resolución de problemas complejos, rechazando aproximaciones deterministas y asumiendo el desconocimiento anticipado sobre si una secuencia de pasos producirá una buena solución o no (Ezquiaga, 1998). Igualmente, la articulación entre conocimiento de la ciudad y acción urbanística se sustenta en la acción comunicativa, que permite al conjunto de actores sociales tomar consciencia de una determinada cuestión urbana. Desde estas aproximaciones el desafío más importante que debe afrontar el planeamiento consiste en articular un entendimiento común de los problemas en un contexto de diversidad social y cultural. El planeamiento gana así un nuevo potencial como instrumento para promover el debate público y el aprendizaje social, en defensa del interés general, y concertación de la diversidad de estrategias en juego (Ezquiaga, 2006) como expresión de intereses contrapuestos, lo que conlleva un fortalecimiento de la ética profesional asociada a la responsabilidad de defender la naturaleza del espacio urbano como patrimonio colectivo.

La reivindicación de la complejidad epistemológica del planeamiento no conlleva más estímulo que reforzar la apología del urbanismo y motivar un renovado interés por la disciplina, frente al desánimo y la incertidumbre expresados. Manifiestos como Resurgam en el inicio de la revista Urban (primera época) o como los del urbanismo postmoderno (Ellin, 1999) basado en la variedad de alternativas, fueron escritos hace una década. Actualmente, y a pesar del contexto de primera crisis de la era global, derivada en parte de una crisis financiera ligada al sector inmobiliario con todo lo que ello supone para la edificación y urbanización, parece que el rayo de esperanza que se vislumbraba hace unos años ha desembocado en un reforzamiento de la disciplina, en una convicción de que el urbanismo no puede desaprovechar las ocasiones que surgen: sirvan al respecto la referencia del Libro Blanco sobre Sostenibilidad en el Planeamiento Urbano Español (2010), así como el estudio del Opportunity Urbanism (Kotkin, 2007) o urbanismo de la oportunidad, incremental, aditivo, estimulante como rearme moral del urbanismo frente al pesimismo y al cinismo (Solá-Morales, 2005).

Su mejor expresión la constituye un repertorio de temas que viene a figurar en casi todos los foros de reflexión urbanística. Según una de las principales páginas web sobre urbanismo, http://www.planetizen.com, las cuestiones urbanísticas de mayor interés en la red (top planning issues) son las referidas al medio ambiente urbano, al transporte, a las redes de agua y energía, a los efectos sociales de la crisis financiera o a la definición de la ciudad digital o de los smart land en la economía del conocimiento y la información. Por su parte, un reciente libro colectivo sobre los debates urbanísticos contemporáneos ligado a esta referencia[7], sitúa en el centro de atención de la reflexión urbanística algunas de las cuestiones recurrentes de la reformulación disciplinar: la sostenibilidad y el control del crecimiento urbano y regional, el transporte, el diseño urbano, la gobernanza, la seguridad, la cohesión social y la pluralidad, la economía simbólica, etc., cuestiones todas ellas que están presentes de una u otra manera en los diversos planes realizados en Europa en los últimos años, y que vienen a coincidir prácticamente con las conclusiones de la Octava Bienal Europea de Urbanistas que ha organizado en diciembre de 2009 el Consejo Europeo de Urbanistas.

En la actualidad, se ha vuelto a recuperar una confianza en el planeamiento porque no deja de ser un caleidoscopio sobre el que proyectar los anhelos de una simetría entre la ciudad existente y la ciudad deseada. El plan es un sumatorio de cuestiones que en muchas ocasiones exceden de la propia ordenación física del espacio o del diseño de su estructura funcional para afrontar retos sectoriales de diversa índole: desde la sostenibilidad, los límites al crecimiento, la gestión de los recursos, la vivienda, el impulso económico de las ciudades en un contexto global de crisis, el transporte, el cambio climático, la gobernanza de las instituciones, los derechos urbanos, la integración social, etc. Incluso el plan ha vuelto a convertirse en campo de batalla ideológica entre liberalismo e intervencionismo. En cualquier caso, la diversidad de enfoques del plan no ha hecho más que enriquecerlo, generando un nuevo paradigma basado en los conceptos de complejidad, pluralismo, sostenibilidad, concertación y garantía pública, así como reforzando la legitimación social del planeamiento.

La heterogeneidad geográfica, histórica, morfológica e incluso social de las ciudades post-metropolitanas modifica en parte los métodos habituales de la planificación (zonificación, regulación normativa), orientándose hacia la identificación de oportunidades en el territorio para promover acciones transformativas. En suma, el planeamiento adopta hoy en día un triple enfoque estratégico, estructural y pluralista (Ezquiaga, 2006) en una actitud de apertura epistemológica, afrontando la citada incertidumbre como un estímulo para asimilar la innovación instrumental.

4. Planificando la post-metrópolis.

En cierta medida, todo este enfoque del planeamiento guarda una relación directa con la ruptura del límite de la ciudad expresada en los iconos de los modelos clásicos[8] o en la formulación de una ordenación integral referida a un espacio delimitado por la jurisdicción administrativa, habitualmente el término municipal en el planeamiento general. Y esa es la mejor prueba de que el urbanismo no se ha disociado en absoluto del contexto histórico y geográfico en que se desenvuelve: el urbanismo contemporáneo se ocupa de una ciudad contemporánea que está proyectada y dispersa sobre un amplio territorio y sobre la que existe un consenso amplio en identificarla exactamente como ciudad. Lo que no está tan claro es el epíteto [9] para definir la nueva territorialidad de la ciudad basada en una estructura mucho más policéntrica, reticulada, suburbana y especializada en espacios cada vez más homogeneizados[10]. A diferencia del esquema tradicional de ciudad, con una evidente jerarquización entre centro y periferia y una nítida distinción de su estructura urbana, en parte como consecuencia de la aplicación rígida de la zonificación funcionalista; y a diferencia del área metropolitana clásica, con una marcada primacía entre la ciudad madre y el resto de sus núcleos, la ciudad actual se basa en una geografía de la centralidad compartida y redistribuida, en gran medida por la forzosa competencia en los usos del suelo de las actividades que caracterizan la economía simbólica. El funcionamiento de la ciudad en archipiélago, las avanzadas tecnologías de la información y el ciberespacio, y la nueva geografía social ha hecho posible la conocida cita de Calvino: sobre un amplio territorio urbano, la ciudad es discontinua en el espacio y en el tiempo. O en palabras de Castells: “la emergencia del espacio de los flujos, suplantando el significado del espacio de los lugares” (1989).

Dada la evidente complejidad de análisis de la ciudad actual, el planeamiento opera por adición de retos de tal manera que el cambio de escala en las formas de intervención supone una visión más sincrética y, en consecuencia, pluridisciplinar del planeamiento. Cuanta mayor es la escala, cuanto más acercamos el zoom, y cuanto más se actúa en la ciudad por medio de proyectos de edificación o planes de manzana o sector, más presencia tiene la arquitectura como disciplina. Cuanta menor es la escala y alejamos el zoom para enfocar la visión a esta ciudad proyectada en el territorio, más cuestiones tienen que aportar al planeamiento la geografía, la economía, la sociología, etc. En el fondo la rúbrica plural del Manifiesto por una Nueva Cultura del Territorio no está muy lejos de los principios rectores de ordenación del territorio que guiaron a los pioneros del regional planning, a pesar de las inherentes dificultades de un planeamiento territorial mucho más abstracto en resultados de lo que puede llegar a ser la construcción de un edificio, un proyecto de renovación urbana en un casco histórico o el desarrollo de una nueva área siguiendo los patrones del new urbanism.

Los nuevos planes territoriales de las regiones capitales europeas procuran mantener como hilo conductor el control que sobre el crecimiento de la urbanización ejercen o pretenden ejercer ellos mismos. No se trata de realizar un merecido homenaje a cómo dos paradigmas de la planificación regional (el Plan Regional de Nueva York de 1929 o el Plan Regional del Gran Londres de 1944) lo son, en esencia, por el perfeccionamiento de los conceptos y las técnicas de vertebración del desarrollo urbano y de containment, respectivamente. Ni siquiera se trata ejercitar la lealtad a la tautología de la sostenibilidad. El hecho de fijar la atención en los objetivos prioritarios de la ordenación, en las orientaciones estratégicas del crecimiento, en el dimensionado del crecimiento, en la participación de los suelos urbanos no consolidados (infiill, terrains vagues) en el crecimiento, etc. se produce por un profundo convencimiento ético de que el territorio, y en consecuencia los bienes ambientales que lo conforman como el suelo, el aire, las áreas agrícolas y los bosques, es uno de los grandes recursos (sino el principal) de la sociedad post-metropolitana, condenada a ser sucedida por generaciones venideras.

Las formas de control al crecimiento que están ensayando los nuevos planes territoriales de las capitales europeas reiteran con insistencia el subconsciente colectivo de la capacidad de acogida o de carga, y expresan con más grado de definición la cuestión de que el crecimiento ilimitado debe ser matizado por tres grandes vectores que se suceden en el conjunto de los planes: el consumo limitado de recursos naturales (aire, agua, suelo, vegetación, paisaje) y energéticos no renovables, así como la reducción de efectos contaminantes sobre el ecosistema; la ocupación del suelo sostenible, evitando los procesos de segregación y dispersión, articulando densidades sostenibles y promoviendo el reciclaje del suelo ya urbanizado; y el diseño territorial que favorezca una reducción de la movilidad, así como la promoción de infraestructuras de transporte colectivo movidas por energías limpias.

La persecución de esos retos en un territorio fragmentado, complejo, discontinuo, dispuesto en forma de collage, e incluso contradictorio no deja de ser un reto que estimula la creatividad del planificador a la vez que coadyuva en la reformulación de los conceptos convencionales del planeamiento, tal y como puede observarse en los nuevos instrumentos de planeamiento urbano y territorial elaborados para las regiones metropolitanas de los principales Estados europeos: el Plan Director de París y la Región Isla de Francia, aprobado provisionalmente en septiembre de 2008, el Avance del Plan de Londres (Spatial Development Strategy for Greater London, publicado en octubre de 2009), el Plan de Desarrollo Territorial de Berlín-Brandeburgo de 2009, o el Plan Territorial Provincial General de Roma, aprobado definitivamente el 18 de enero de 2010, son claros ejemplos del renacer del urbanismo a través del planeamiento territorial metropolitano desde los parámetros expresados de la nueva cultura urbanística.

Además en Francia, la entrada en vigor de la citada Ley urbanística de 2000 ha provocado un resurgimiento del planeamiento a través de los planes de coherencia territorial: en 2009, han sido aprobados 82 planes comprendiendo 3.563 municipios, 48.000 Km2 y 10’5 millones de habitantes, mientras que 251 planes están en diferente grado de tramitación. En total en nueve años, se han puesto en marcha 333 planes de coherencia territorial, renovados conceptual e instrumentalmente respecto a los documentos “clásicos” de planes directores, que afectan a 16.198 municipios y 39’6 millones de habitantes, sin contar con el plan director de la región parisina por no haberse producido su aprobación definitiva. Igualmente, en España se ha procedido en los últimos cuatro años a aprobar los planes territoriales metropolitanos de Barcelona, Bilbao, Sevilla y Málaga y otros ámbitos subregionales, tal y como se recoge en el informe anual de 2009 del Observatorio de la Sostenibilidad en España.

En general, en los planes de esta última generación coinciden una serie grandes rasgos que vienen a asumir los nuevos retos del planeamiento urbano territorial. Son planes defensivos en la medida que tienden a marcar con carácter normativo los espacios en los que se prohíbe expresamente su transformación urbanizadora con criterios de sostenibilidad. Son planes estructurantes puesto que señalan tanto zonas estratégicas de actividad económica y residenciales como grandes infraestructuras para la movilidad. Y finalmente son planes proactivos en su plena acepción semántica: asumen la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan, decidiendo en cada momento tanto un programa de inversiones de las administraciones públicas competentes en la elaboración y/o aprobación del plan, como unos mecanismos de coordinación con el planeamiento urbanístico municipal, en diferente grado de complejidad y vinculación jurídica que aseguran el futuro de la planificación urbana, no sólo como una exigencia administrativa, sino desde el compromiso por afrontar los retos expuestos de las ciudades del mañana.


[1] Baste recordar cómo algunos de los conceptos expresados por Howard en su célebre diagrama de los tres imanes se incardinan en el higienismo (naturaleza, aire agua puros, sin humos, sin slums) o en los temas sociales (oportunidad social, libertad, cooperación) y son asumidos por el colaborador de la Sociedad Fabiana, Raymond Unwin, quien llevó a la práctica la ciudad jardín en Letchworth. Por su parte la Carta de Atenas repetía, 35 años después de la obra de Howard, conceptos referidos a ambas cuestiones: “El primer deber del urbanismo el de adecuarse a las necesidades fundamentales de los hombres..,, la salud,…,el sol,…, el aire,…, la vegetación” (§12); “La determinación de las zonas de habitación debe estar dictada por razones de higiene” (§24); “En las grandes ciudades reina una crisis de humanidad” (§72); “El sentimiento de la solidaridad social sufre diariamente una derrota” (§73); “El interés privado se subordinará al colectivo” (§95).

[2] “Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que pierden contra los ordenadores. Un perverso piloto automático burla constantemente intentos de aprehender la ciudad, agota todas las ambiciones de definirla”. “Si va a haber un «nuevo urbanismo», no estará basado en las fantasías gemelas del orden y la omnipotencia; lo que tendrá que representar será la incertidumbre”, (Koolhaas, 1995).

[3] “Planificar hoy significa teñir de certidumbre la incertidumbre” (Lefevre, 2003, p.7 8).

[4] “Ante el porvenir de la realidad urbana, no hay medio de eliminar la incertidumbre” (Terán, op. cit., p. 257).

[5] “Ninguna tendencia es completamente extinguida, incluso cuando una de ellos tenga prioridad, ya que la perpetua tensión entre ellas genera una constante fuente de creatividad” (Ellin, 1999, p. 298).

[6] “El planeamiento urbanístico puede llevarse a cabo de modo aislado y sin ninguna clase de integración, pero, si es así, en el duro mundo de los noventa, es probable que se vez cada vez más marginado y más ineficaz. Garantizar la integración necesaria en los ámbitos de proyectos más difíciles es una condición previa para la acción eficaz” (Hall, 2000, p. 30).

[7] Planetizen’s Contemporary Debates in Urban Planning, Island Press, 2007.

[8] Tanto las imágenes de la garden city de Howard como el ideal de ville radieuse de Le Corbusier, la ciudad vertical de Hilberseimer, la imagen de Lynch o incluso la broadacre city de Wright se refieren a ciudades con un límite más o menos preciso.

[9] Tras la expresión estadística del área metropolitana (1949) y el concepto de megalópolis de Gottman (1961) se han definido numerosas expresiones: ciudad mundial, ciudad global, megaciudad, ciudad región, región metropolitana, ciudad informacional o infociudad, ciudad difusa, exópolis, ciudad fractal, metapolis, edge city, ciudad genérica, etc. El más reciente de los conceptos, the endless city, recupera la esencia de esa ciudad-territorio que no tiene límites.

[10] Los denominados por Augé como no-lugares: centros comerciales, aeropuertos, autopistas, hoteles, etc.

 

 

 

 

 

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